El bullying es un fenómeno universal y al contrario de lo que puede considerarse, no afecta únicamente a las personas directamente implicadas en él. Puede incidir negativamente en el desarrollo de todos los alumnos, reduciendo la confianza en los profesores y la probabilidad de aprendizaje en el aula, dificultando la creatividad y la cooperación entre el alumnado. Dada la gravedad de su alcance, es imprescindible conocer los principales factores de riesgo que pueden convertir a un alumno en agresor o víctima, provocando una relación de desigualdad entre iguales.
El perfil del agresor: factores de riesgo y características
Con frecuencia se trata de alumnos que provienen de familias desestructuradas en las que faltan límites comportamentales claramente establecidos. No suelen reconocer la autoridad, ni tampoco respetar las normas socialmente aceptadas. A menudo, presentan un bajo rendimiento académico, les cuesta elaborar estrategias para solucionar los problemas y tienden a optar por la agresión como forma de acabar con el conflicto. Y aunque el agresor suele ser más popular que la víctima, esto se debe normalmente a los sentimientos de temor o respeto que produce en los iguales.
Se trata de alumnos que se caracterizan por una elevada tendencia a experimentar emociones como la ira o la ansiedad, escasa empatía, alta impulsividad y baja capacidad de regulación emocional. No parecen ser del todo conscientes de sus actos y no tienden a reflexionar sobre el impacto de su conducta o las consecuencias de esta. La responsabilidad de su comportamiento normalmente es atribuida a la víctima, interpretando la forma de actuar de esta como intencionada y provocativa. Y estas creencias suelen verse reforzadas por el grupo de iguales que lidera.
El perfil de la víctima: factores de riesgo y particularidades
Podemos distinguir básicamente dos tipos de víctimas: la víctima pasiva y la víctima agresiva. El primer caso apunta a alumnos más bien retraídos, tímidos y poco asertivos que adoptan una actitud sumisa frente a las agresiones, considerando su situación sumamente traumática. Los abusos a los que se ven sometidos suelen ser interpretados como algo vergonzoso, provocando sentimientos de culpabilidad y disminuyendo su motivación para comunicar la situación a otras personas. La experiencia acaba afectando negativamente a su baja autoestima y facilita la aparición de sentimientos de tristeza, desesperanza y soledad.
A menudo, las víctimas sumisas provienen de familias sobreprotectoras que ejercen un control significativo sobre ellas y con el tiempo llegan a percibirse como poco independientes. Normalmente, gozan de baja popularidad entre sus compañeros y con frecuencia se encuentran rechazadas o marginadas por su físico, ya sea por tener obesidad o una constitución más débil. La falta de apoyo, por otro lado, minimiza la probabilidad de obtener ayuda del resto de alumnos y muchas de esas víctimas acaban evitando ir al colegio, llegando incluso a fingir enfermedades.
Las víctimas agresivas, en cambio, pueden mostrarse violentas con los propios agresores o incluso con otros alumnos a los que perciben como más débiles. Suelen provenir de hogares donde predomina el estilo parental negligente o demasiado autoritario y existe una comunicación ineficaz con los padres. Algo típico de estos alumnos es que al adoptar tanto el papel de agresor como de víctima tienden a presentar los problemas derivados de ambos roles. Así, son frecuentes los síntomas de ansiedad y la hiperactividad, la falta de paciencia y de respeto por las normas.
Al igual que las víctimas pasivas, presentan problemas de autoestima y síntomas de depresión, pero una peor satisfacción con la vida que las primeras. Sin embargo, refieren niveles de soledad más bajos que las víctimas sumisas, lo que sugiere que podrían estar obteniendo algún tipo de ganancia de los actos violentos que llevan a cabo. Y estos unidos a sus características personales pueden aumentar aún más el rechazo por parte de los compañeros, ya que suponen otro motivo para ser apartados y discriminados.
Por último, nos gustaría subrayar que, aunque estas características se observan en la mayoría de dichos alumnos, cualquiera puede llegar a convertirse en víctima o agresor, incluida una persona socialmente habilidosa y accesible, que provenga de un hogar relativamente estructurado. No obstante, sea cual sea el perfil del implicado en el proceso, es importante tratar de prevenir y frenar estas situaciones. Y en este sentido, el psicólogo, al igual que otros profesionales, puede resultar imprescindible a la hora de enseñar habilidades que permitan manejarse mejor en situaciones violentas.
Esperamos que este artículo sobre los perfiles de los principales implicados en el acoso escolar entre iguales os haya permitido acercaros a este fenómeno tan preocupante. En la actualidad existen diferentes programas que buscan mitigarlo, no obstante, es importante que su identificación comience en casa, reconociendo los posibles síntomas o factores de riesgo. Si existe la sospecha de que su hijo puede estar implicado, no duden en acudir a un profesional para impedir futuras complicaciones y daños, incluido el suicidio, entre otros.