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Emociones tóxicas: la ansiedad y la ira

Emociones tóxicas: la ansiedad y la ira

Todos aspiramos a tener una vida completa, llena de sentido y repleta de felicidad. Pero la paz interior es algo escurridizo y a menudo se nos escapa, sobre todo cuando las cosas no nos salen según lo previsto. Entonces pueden aparecer sentimientos muy poco deseados que nos atrapan y que no nos dejan vivir con plenitud. Si en Emociones Tóxicas Parte 1 os explicábamos la naturaleza del odio y la envidia, en este artículo nos vamos a centrar en la ira y la ansiedad.

La ansiedad

La ansiedad es probablemente una de las emociones más rechazadas a pesar de su clara atribución a la supervivencia del ser humano. Podríamos definirla como una reacción emocional desagradable, relativamente intensa que aparece cuando detectamos una posible amenaza. Esta anticipación involuntaria implica un estado de alerta y ayuda a movilizar nuestros recursos para así emitir una respuesta ante el peligro: de lucha o escape. Y la respuesta en cuestión iría acompañada de cambios fisiológicos como el aumento de la tasa cardiaca, sudoración, temblores, tensión muscular, etc.

La ansiedad suele ser un compañero fiel en nuestras vidas y puede resultar muy útil en la medida en la que nos estimula y ayuda a afrontar mejor los retos diarios. Sin embargo, dado que la interpretación de un estímulo como peligroso es subjetiva, la respuesta de ansiedad puede darse ante situaciones que realmente no suponen ningún peligro para la supervivencia. De este modo una persona acabaría experimentado un temor fuerte ante las alturas, teniéndoles miedo a las arañas e incluso ante los pensamientos y emociones que experimenta.

Es decir, en ocasiones la ansiedad puede aparecer cuando realmente no le corresponde, perdiendo su función protectora y produciendo un malestar intenso. Y debido a la interacción de factores biológicos, psicosociales o ambientales puede dar lugar a diferentes trastornos, limitando la vida de quienes los padecen. Quizá el problema más común relacionado con la ansiedad sea el estrés que además de afectar negativamente al ámbito personal y laboral de la persona, es considerado factor de riesgo para distintas enfermedades como el cáncer, trastornos cardiovasculares o dolor crónico, entre otras.

La ira

La ira es otra de las emociones más discriminadas, debido principalmente a que su presencia se relaciona con agresividad y daño. En realidad se trata de una respuesta emocional que aparece cuando de repente nos vemos obstaculizados en la consecución de un objetivo o en la satisfacción de una necesidad. También tiene una clara función social dado que nos permite regular el comportamiento de los demás, ya que nos motiva a decir ¨basta¨ y pedir un cambio de conducta a la otra persona.

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Al igual que la ansiedad, implica una activación fisiológica y nos ayuda a movilizarnos para luchar. Y si es verdad que el impulso inicial suele ser de descarga, la ira puede llegar a regularse como cualquier otra emoción. Es decir, el enfado realmente nos empuja a reaccionar, sin embargo, la responsabilidad de la forma que va a adoptar dicha reacción, recae sobre nosotros. De este modo uno puede gritar, agredir, callar o expresar el desagrado de una forma relativamente educada, dado que la emoción no determina nuestro comportamiento.

Su utilidad a la hora de ayudarnos a poner límites es indiscutible, no obstante, cuando no se hace un buen manejo de esta emoción puede volverse destructiva. De este modo, podría llegar a facilitar la aparición de comportamientos inadecuados y dañinos que dificultan nuestra relación con los demás y afectan nuestra calidad de vida. Además, igual que ocurre con la ansiedad, los niveles altos de activación que implica pueden resultar perjudiciales para nuestra salud si se mantienen en el tiempo.

¿Sabes qué son las emociones tóxicas?

Esperamos que esta aproximación a la ira y la ansiedad os haya resultado útil e interesante. A pesar de ser consideradas ampliamente como un lastre, cada una de ellas tiene una función y un propósito. En este sentido, ambas emociones pueden resultar tremendamente adaptativas, sin embargo, cuando uno no consigue lidiar con ellas, suelen afectar su vida de forma negativa. Si es el caso, el psicólogo puede ser de gran ayuda a la hora de facilitar la comprensión de estas emociones tóxicas y enseñar a manejarlas.

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